Darío flanqueado por Quevedo -a quien le hizo su primer gol en la A- y Oddine, excompañero ese día en Sud América. Los tres están juntos hoy en Peñarol

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El ejemplo de Darío

Uno de los grandes referentes de Peñarol es el primero en entrenar, dice que hace tres años que piensa en lo que será su retiro y tiene a la Biblia como libro de cabecera
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12 de mayo de 2013 a las 21:14

Los 39 años están ahí nomás. Pero es el primero en salir a entrenar en Peñarol. No le gusta mucho hablar de él, pero de a poco se va soltando.

Es el referente de todos, hasta del Tony Pacheco. Tanta es su ascendencia, que la mañana del clásico habló con el Polilla Da Silva para brindarle su apoyo y el del plantel. Claro que esto no lo va a aceptar públicamente. Pero fue así.

Es hermano de Grisel, Lourdes y Héctor. Héctor es Samanta. Samanta Rodríguez, campeón uruguayo con Defensor, de tres Liguillas, una con Nacional.

Nació en la Curva de Maroñas y “era simpatizante de Danubio”, admitió a El Observador, “aunque me gustaba Peñarol”. Darío dice que “no tenía ídolos, pero soñaba que desbordaba como Venancio Ramos” y sonríe porque dice que su fútbol no tiene nada que ver.

“Era el sobreprotegido de la familia porque era el más chico. Mi hermano me despertaba, me vestía y me llevaba al Jardín de Infantes. Y tenía hermanas como las de antes que te bañaban, te vestían, era otra época”, recuerda.

A Darío y su familia no les sobraba nada, pero no quiere hacerse la víctima ni hacer una apología de eso. “Fue una infancia sacrificada pero feliz. Fue la mejor época de mi vida, sin la incertidumbre que existe hoy con tus hijos. Jugábamos al manchado, a la escondida, le vecina te cuidaba en la vereda cuando jugabas. Barría y pispeaba si pasaba algo raro, no por chusma, sino para ayudarte para que no pasara nada”.

Darío indicó que “mi viejo laburaba todo el día en Ancap. Se iba a las 5 de la mañana y llegaba a las 5 de la tarde porque viajaba además desde la Curva a Capurro. Jugábamos a la paleta con mi hermano; nos encantaba. Varias veces no dejábamos que el viejo que estaba cansado pudiera sestear y se levantaba como para matarnos. Pero nunca me pegó en mi vida”. Y vuelve a sonreír: “Es que Samanta ‘cobraba’ y yo me iba por el costado, me escapaba”.

Una noche, su hermana Lourdes hizo la cena y nadie comía. Pero el plato de Darío estaba vacío. “¿Qué pasa? ¿Por qué no comen?”, inquirió la cocinera. “Esto está muy feo”, dijeron a coro. Menos el pequeño Darío. “Pobre, se rompía toda haciendo la comida y esa vez le quedó una tortilla muy desabrida, un poco quemada y se la di al perro. Mis otros dos hermanos no comieron nada y ella dijo: ‘Vieron, aprendan de Darío’. Después se dio cuenta…”.

Era niño aún, pero quería tener algún peso para ir a la playa y al tablado. “Salía a trabajar haciendo changas para tener algún peso. Había tanques de 50 litros vacíos y los cargábamos para tener algo de dinero. Iba a la Buceo o a la Malvín y como no teníamos bici, íbamos corriendo”, dice.

Su carrera profesional la empezó en Sud América. Subió a la A y su primer gol se lo hizo en La Bombonera a Basáñez. “Fue de cabeza tras un córner. El arquero era Hugo Quevedo –hoy entrenador de goleros en Peñarol– y conmigo jugaba Daniel Oddine –hoy integrante del cuerpo técnico de los aurinegros casualmente–. Además, ese día en el rival echaron al Tío Sánchez –el gerente deportivo de Peñarol de hoy–. Quevedo se tiró pero estaba más lento que ahora (risas). Ganamos 1-0”.

Recuerda a Julio Ribas con cariño y respeto. “Fue un mentor para mí, una persona a la que le estoy muy agradecido”.

Anotó el empate en la finalísima en el clásico de 1999: “Significó mucho porque había salido Pablo (Bengoechea) por lesión. Cancela me la puso en la cabeza y después Pandiani con un golazo puso el 2-1 y dimos vuelta el partido”.

Esas finales las jugó justo contra su hermano Samanta quien defendía a Nacional. “Cuando estaba en la cancha en el primero de esos clásicos, lo miraba mucho. Lo hacía con admiración. Durante los partidos no hablamos nada entre nosotros, ni siquiera antes hicimos apuestas”.

Admite que “más allá de mi papá no tuve ídolos. Después de él vienen mi hermano y Paolo Montero”.

En Schalke 04 de Alemania fue tan importante que le hicieron un partido homenaje. “Los jugadores tratamos de no comernos el cuento de las luces, pero fue uno de los días en que me emocioné muchísimo”, dijo.

El golazo a Dinamarca con la celeste en el Mundial 2002 “me hizo cumplir parte de aquel sueño que desbordaba como Venancio”.

La hora del adiós del fútbol “la estoy preparando hace tres años, pero todavía sigo. Mi familia me da libertad para pensar en mi retiro. Mi hija Fátima es la que me presiona mucho”. El otro hijo que tuvo con Mónica, su esposa, se llama Tiziano “por el pintor de Venecia de la época del Renacimiento” y tiene 3 años.

Tiene el hobbie de ver televisión en general. Lee diarios normalmente por internet, también la revista “Mente Sana” del argentino Jorge Bucay y le gustan mucho los libros. “Leí ‘El Alquimista’ y ‘El Manual del Guerrero de la luz’ de Paulo Coelho, entre otros. Pero también dos por tres leo la Biblia. La tengo como libro de cabecera, pero me gusta leerla para tratar de aprender, de entenderla, porque es un libro apasionante”.

Alguna vez llevó a su hija Fátima a mostrarle su humilde casa de la infancia para que viera las diferencias con las que ella vive hoy. Simplemente, es una cuestión de ejemplo.

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