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El edén de los kiteros

La playa Carrasco se ha convertido en el punto montevideano elegido para los practicantes de kitesurf, un deporte que crece año a año en Uruguay, cuyos kilómetros de playa y viento lo hacen ideal para la actividad
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25 de enero de 2013 a las 17:13

Entre las seis y las siete de la tarde de un día de semana la playa Carrasco, a la altura del Casino, empieza a poblarse de cometas. Concluida la jornada laboral, los fanáticos se sacan un traje y se enfundan en otro, pero esta vez de neopreno. Bajo el brazo no llevan el maletín sino el equipo del deporte que minutos después los hará sentirse libres. Mientras unos inflan casi al unísono sus cometas, otros se saludan amigablemente. Hay abrazos, risas y alguna que otra chanza que recuerda al espíritu surfero de la película Punto límite (incluso uno de ellos se asemeja vagamente al personaje de Patrick Swayze).

Pero el cielo no es el de Los Ángeles, sino el de Montevideo, y en él unas 20 cometas navegan el horizonte mientras el viento, adormecido dentro de la ciudad, desata su furia en Carrasco para deleite de los kiteros, como se autodenominan los practicantes de este deporte. Los aficionados no solo copan la playa, también tienen un restaurante en su honor: Carrasco Kite Center. Allí, los comensales pueden degustar, entre otros platos, un Handlepass (rabas) o un Dead Man (chivito) en referencia los nombres de las piruetas de esta disciplina.

El establecimiento fue abierto en 2007 por tres amigos kiteros, quienes crearon el espacio para que funcionara como punto de encuentro para los fanáticos de este deporte, además de atender al público general, comenta Lilia Chiribao, actual concesionaria del restaurante. En ese lugar, los habitués tienen un vestuario y lugar para sus tablas, a la vez que la casa proporciona binoculares, mantas y sombreros, ya que el viento agarra desprevenidos a muchos visitantes e impide el uso de sombrillas. El lugar tiene capacidad para unas 100 personas, cuenta con un deck mirando al mar y una rampa para discapacitados.

Nicolás Badel tiene una empresa de vinagres, aunque su tiempo libre está lejos de ser avinagrado. Vuela parapente, fue luchador de jiu-jitsu y practica kitesurf hace cinco años. Como la mayoría de los aficionados a este deporte lo que más destaca es la sensación de libertad. “Algunas personas dicen que hay que meditar, yo me desconecto con adrenalina”, sostiene.

Surgido en los años noventa con aportes de disciplinas como el surf, el windsurf, el buggy y el skate, el kitesurf ha crecido en popularidad en los últimos años en el país. No hay cifras sobre la cantidad de personas que practican el deporte, pero el instructor de KiteZone, Agustín Loureiro calcula que deben ser más de 150 y el número de interesados crece año a año. Actualmente esta escuela pretende formar una organización de kitesurf, establecer una reglamentación y generar un circuito nacional. En diciembre se hizo un encuentro en la playa de Carrasco y en febrero se hará otro en Puerto Barrancas, La Pedrera.

La popularidad del kitesurf comenzó después de 2005 cuando los equipos empezaron a ser más seguros y versátiles. Si bien se trata de un deporte de riesgo que ha llegado a provocar muertes, esto no ha sucedido en el país. “A vos no se te ocurre saltar en paracaídas sin hacer un curso antes, pero con el kitesurf, como está más cerca del piso, la gente no se dan cuenta de los riesgos”, explica Loureiro.

No obstante el crecimiento del deporte, los precios de los equipos subieron en los últimos años: uno completo arranca en los US$ 2.000 y US$ 2.500, a lo que hay que agregarle el traje de neopreno para el invierno, cuyo precio es de unos US$ 500. Dependiendo del instructor, los cursos ronda entre los $5.000 y $7.000 y su duración en algunos casos es de diez horas y en otros varía de acuerdo a la habilidad del alumno.

Las reglas del juego

Durante el verano, Carrasco es la única playa de Montevideo con condiciones para la práctica del kitesurf, ya que en Malvín no lo están permitiendo durante esta estación después de algunos problemas entre kiteros y bañistas. Los constates vientos y la larga costa hacen a Carrasco ideal para esta actividad, así como también el hecho de que la playa Miramar, situada a la izquierda de la casilla de los guardavidas, esté inhabilitada para baños por contaminación, informa el socorrista Agustín Rodríguez. Laguna Marín y Laguna Garzón son otros puntos fuertes donde se practica este deporte en el país.

Aunque a simple vista pueda parecer imposible que los kiteros no se enreden unos con otros con las líneas que los unen a sus cometas, lo cierto es que en el agua también hay normas de tránsito: el que va entrando hacia el mar es el que tiene preferencia para pasar. Una de las reglas sagradas en tierra es no levantar o bajar la cometa sin la ayuda de un compañero: para ello hay señas como tocarse la cabeza o bajar el pulgar para aterrizarla. Rodríguez destaca la solidaridad en el agua. “Si hay algún problema, ellos siempre llegan antes que nosotros”, indica.

Otro kitero al que apodan “el gallego”, aunque es de Barcelona y reside en Montevideo, también destaca “el buen rollo” entre los aficionados al deporte y señala que aunque son pocas, cada vez más mujeres practican esta actividad. “El problema es que siempre tienen frío, pero lo agarran antes que los chicos”, comenta. Otro de sus colegas, un arquitecto que usualmente deja el equipo de kitesurf en el asiento del coche para no perder tiempo si el viento es el propicio, se mete al agua mientras su perro labrador lo espera dando vueltas en la orilla.

Afortundamente no tiene que mojarse un dedo para determinar la dirección e intensidad de las corrientes de aire, sino que puede chequearlo en una página web llamada Windguru. Con kilómetros de playa, pocas olas y buenas vientos, Uruguay parece hecho para el deleite de los kiteros.

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