"¡¿Sete, sete?!". La muchacha que viste la camiseta de Botafogo salió del baño y no puede creer que Alemania metió otro gol. Gritó el número místico con impotencia. La broma ya no resulta graciosa y ella vuelve resignada donde está su novio, que la espera sentado en una silla del Club Brasileño de Montevideo, envuelto en una bandera verde y amarilla.
Nadie acredita lo que ve. Van 79 minutos y en la pantalla gigante se ve niños llorando. Las lágrimas están en Belo Horizonte, donde Alemania masacra sin piedad a la selección brasileña en la primera semifinal del Mundial. En el Centro de Montevideo, a 2.500 kilómetros, unas 200 personas comparten esa angustia. Mujeres y hombres, jóvenes, ancianos y niños. No lloran, pero se agarran la cabeza, gritan cada tanto, piden una cerveza, se acomodan la peluca de colores, y piden otra cerveza. Son brasileños que están haciendo turismo, estudiando o que están radicados en Uruguay y eligieron el club para ver el partido. También hay algún uruguayo, además de los funcionarios de la cantina, que decidió alentar a la Canarinha en uno de los lugares más brasileños de Montevideo.
"Nunca había visto a la selección así", dijo un señor a la pasada, cuando todavía no había terminado el primer tiempo y su equipo ya iba cinco goles abajo. Como la remontada había quedado en una aspiración muy inocente, los hinchas se conformaban por lo menos con un gol de su selección. Querían ver algo más que un pelotazo alemán llenando la red de Julio César.
"Todos los disparos de ellos fueron gol", dijo uno en voz alta, exagerando las estadísticas de la derrota. Ese mismo fue el que apenas pitó el juez empezó a cantar: "¡Yo soy brasileño, con mucho orgullo, con mucho amor!". Nadie lo siguió con la canción. "No puedo creer lo que pasó. Fue un momento muy triste. Si hubiese 1.000 partidos, esto no vuelve a suceder", se lamentó después.
El tanto del honor, que llegó a los 90 minutos, no se gritó. La celebración de los que decidieron no abandonar (algunos se marcharon con el partido en juego) fue muy humilde, mucho más cercana a un "ya era hora" que a un festejo de gol. En el salón nadie lloró, aunque algunos estuvieron cerca. El silencio de la mayoría contrastó con las bromas de unos pocos que apostaron a la risa para sobrellevar el mal trago. "¡Argelia, Argelia!", gritó una mujer refiriéndose a que la selección africana le hizo más fuerza a Alemania (perdió 2-1 en octavos) que el anfitrión del Mundial.
"Estar acá valió la pena de cualquier manera. Ahora que perdimos vamos a visitar Montevideo con más calma", dijo un muchacho de Curitiba, que este miércoles irá con su pareja a Colonia, y luego a Buenos Aires. Los dos han disfrutado de la gente y la comida en Uruguay, según cuentan. Quizá por eso, para terminar la noche lo mejor que se pueda, preguntan por un buen lugar para cenar en 18 de Julio. La idea de probar un chivito no les cae tan mal. De alguna manera quieren intentar olvidar.
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