Walter Tardáguila

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El día que los uruguayos fueron testigos de la masacre de Munich

En 1972 a Walter Tardáguila le tocó vivir de cerca el ataque de terroristas palestinos a atletas israelíes
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22 de julio de 2016 a las 05:00

La madruga del 5 de setiembre de 1972 le quedó grabada para siempre. "Fue lo peor que me pudo pasar en la vida", dice. Walter Tardáguila dormía hasta que un compañero de habitación irrumpió en su apartamento de la Villa Olímpica al grito de "¡tupamaros, son tupamaros!". Pero la realidad era otra: estaba a punto de perpetrarse el hecho más sangriento en la historia de los Juegos Olímpicos: la masacre de Múnich.

Tardáguila, por entonces de 29 años y ganador de la Vuelta Ciclista de 1972, intuía que algo podía pasarles cuando el bloque de apartamentos donde los alojaron sería compartido con Israel, además de Hong Kong y China.

"Se lo dijo a nuestro entrenador que era Ildefonso Soler y tuvimos varias discusiones en el grupo por eso", recuerda.

"Entre los uruguayos había dos que habían entrado a la Villa de garrón, bien a la uruguaya: comían lo que les conseguíamos en el comedor y dormían en los apartamentos. Además, habíamos alquilado una camioneta para pasear. El día que los fedayines se metieron en la Villa encañonaron a uno de ellos y lo hicieron subir desde el garage. Lo único que atinó a decirles era 'Uruguay, Uruguay'. Le decían que no porque pensaban que solo estaban Israel, China y Hong Kong. Pero en cada apartamento estaba el nombre del país y de los atletas de cada apartamento. Ahí lo metieron y nos despertó. Un guardia se quedó en nuestra puerta con una metralleta".

"Cuando gritaba que eran tupamaros lo calmamos y le dijimos que estábamos en Alemania, pero el tipo estaba en pánico", cuenta Tardáguila.

Los fedayines pertenecían a la organización terrorista palestina Setiembre Negro fuertemente vinculada a la Organización para la Liberación de Palestina, entonces liderada por Yasir Arafat. Su objetivo eran los israelíes.

Múnich había organizado unos Juegos muy distintos a los de Berlín 1936, cuando Adolf Hitler estaba en el poder, por eso no había control de atletas en el acceso a la villa olímpica ni tampoco guardia armada.

"A pesar de no que no hablaba inglés nos entendíamos con señas con los atletas judíos. Con uno de ellos ya habíamos intercambiado el pin de nuestro Comité Olímpico. Era un levantador pesas grandote, se sentaba en dos sillas y traía cuatro o cinco bandejas a la hora de comer. Nos habíamos hecho amigos. Ese falleció. Cuando los terroristas entraron en las habitaciones de los israelíes, todos los que se tiraron al piso para buscar sus armas murieron", explica.

"Pasamos un suplicio de 24 horas; todos teníamos televisor a color y cuando vimos que la negociación con Golda Meir (primera ministro de Israel) se cayó dijimos: 'Acá se terminó'. Pero entraron a negociar con los alemanes. Y fue otro día más de suplicio. Yo quise salir dos o tres veces y el guardia con la metralleta me decía que me metiera para adentro. Adentro discutíamos que hacer hasta que dije: 'Yo me voy, no quiero morir entre estos fierros; me tiro de un piso y me quebraré una pierna o un brazo, pero voy a tener más posibilidades de salvarme'", dice Tardáguila.

"Después que pidieron los dos aviones para llevarse a los rehenes, en un momento nuestra puerta quedó libre y yo me escapé por la escalera hasta donde ya estaba todo el ejército alemán. Ahí empezaron a salir los demás".

"Después lo seguimos viendo por televisión: bajó un helicóptero, se llevó a los terroristas con los rehenes, llegaron al aeropuerto y uno bajó a hablar con un alemán que lo esperaba junto a un avión. Era de noche. Subieron, estuvieron como media hora. El terrorista bajó e hizo una seña, sus compañeros hicieron una fila con los rehenes y emprendieron la caminata. Pero se empezaron a ver fogonazos, como si fueran yesqueros en la noche. Eran francotiradores, los terroristas se tiraron al piso, me acuerdo que tenían sacos, uno lo abrió y sacó una granada que los hizo volar a todos. Sin dudas que fue el momento más triste de mi vida", expresa.

"A mí me vinieron a entrevistar para una de las películas que hicieron, pero cuando la estrenaron no nos dieron ni una entrada. Todos olvidaron rápidamente lo que sufrimos", afirma.

Tras una suspensión de 24 horas, los Juegos increíblemente continuaron.

"El presidente del Comité Olímpico Uruguayo era (Héctor) Payssé Reyes y nos dijo que no íbamos a correr. Yo le dije que era mejor a esperar qué decían las delegaciones más numerosas, pero como insistió, esa noche nos fuimos al baile de la villa. Al otro día nos dijo que sí corríamos", dice.

Tardáguila ya había competido en la contrarreloj por equipo junto a Jorge Jukich, Lino Benech y Alberto Rodríguez consiguiendo un 27º puesto entre 35 países.

Después fue el único de los cuatro que largó la prueba de ruta que la completó (74º puesto).

"Al terminar agarramos la camioneta y nos fuimos a recorrer Alemania y Suiza para olvidarnos de todo eso". Pero el recuerdo sigue latiendo en sus entrañas.

El anecdotario

Detenidos por un helicóptero
"Cuando vimos cuál era la autopista donde se iba a correr la contrarreloj de ciclismo, fuimos a entrenar sin permiso. Íbamos 15 kilómetros y paró un helicóptero para sacarnos y nos mandaron a callecitas adyacentes".
Deportista y trabajador
"Yo trabajaba en la UTE con horario rotativo y entrenaba en el horario, muchas veces los compañeros me ayudaban y me daban una salidita antes de hora. Así pude correr y entrenar durante años".
La bicicleta
"Antes de los Juegos estuvimos en Milán y me hice una bicicleta a medida artesanal Massi. El hombre trabajaba en una de las tribunas del estadio San Ciro. Con ella gané la Vuelta de 1972 y competí en Múnich".
La prueba
"En la carrera de ruta largamos 164 ciclistas y solo llegamos 76. Yo me prendí en una fuga y pude seguir, mis compañeros no terminaron". Tardáguila fue 74º a 2'51'' del oro, el holandés Hennie Kuiper.

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