“Me marcaron dos clásicos. Uno que no iba a jugar porque tenía 39 grados de fiebre y el médico le dio la orden al entrenador de que no me pusiera, y yo al final jugué igual e hice dos goles, y también el de la final del Uruguayo de 1986, que se jugó en enero de 1987 y ganamos por penales.
Fue el clásico aquel que Carrasco erró un gol mano a mano cerca del final con Eduardo Pereyra y después lo ganamos por penales. Para marcar a un jugador había que tener precaución de no dejarle espacios para que pateara al borde del área y no cometer faltas que le dieran un tiro libre. Después, no era un jugador rápido. Es que el fútbol de aquella época era más lento. Yo era lentísimo, pero fui campeón de América con Peñarol y con Uruguay. Nunca tuve un cruce con Carrasco. Solo cuando él jugaba en Danubio (en 1985), me acuerdo que llegó al partido con una rodilla lesionada y yo que había aprendido de los caciques fui y se la toqué en una jugada. Me miró feo y me dijo: ‘Guacho, no te hagas el vivo’.
El equipo de 1986 era joven, pero había agarrado mucha experiencia al lado de grandes referentes. A mí me subió (Hugo) Bagnulo en 1983 cuando estaban todos los fenómenos campeones de América y del mundo. Cuando se fue (Mario) Saralegui empecé a jugar de 8, y cuando se fue (Miguel Ángel) Bossio, agarré de 5. Y ese 1986 salimos campeones uruguayos, por penales, una noche de reyes. Es un recuerdo inolvidable".
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