Polideportivo > EL CRACK DE MALVÍN

El base que embocó la bola de cristal

Cuando tenía 16 años, Bruno Fitipaldo comenzó una dura dieta y un entrenamiento exigente; así se empezó a forjar un talento que ahora anda por los 22 y que fue el mejor de la Liga. Mire el video
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08 de mayo de 2014 a las 21:46

"Perdí dos mil y pico de pesos en una noche jugando al carloncho, un juego que trajo Silvarrey al club, en el cual te tiran dos cartas y la tercera que te dan tenés que apostar si el número está entre las otras dos. Hubo noches en las que muchos se fueron con caras largas. Con el “Chato” Martínez (asistente de Pablo López) terminamos los dos en el cajero porque nos quedamos sin plata”. El dueño de la anécdota, Bruno Fitipaldo, se tomó una pequeña licencia de conducta. Es que su vida estuvo marcada por decisiones que lo transformaron en un juvenil con mente de adulto y carrera de ensueño.

El MVP (jugador más valioso de la temporada) de la Liga Uruguaya de Básquetbol recibió a El Observador en su domicilio para contar los secretos de su carrera y de su equipo, Malvín, que arrolló a Defensor Sporting en las finales.

El base playero comenzó su carrera en el club Náutico, donde integró una escuelita de básquetbol que solo entrenaba, ya que la competencia estaba prohibida por no estar federados.

Pero el bichito de jugar lo picó con fuerza y a los 12 años decidió probar suerte en Malvín, consciente de que su apellido tenía vida propia dentro del gimnasio de la Avenida Legrand: su padre, Juan Javier, fue un base cerebral y asistidor, que dejó huella en el playero, aunque para Bruno nunca fue una presión. “No lo vi jugar con la camiseta de Malvín, porque era chico y él se tuvo que retirar joven por una lesión en la rodilla”, cuenta Bruno, ante la atenta mirada de Hernán, su hermano menor, quien juega en la sub 23 de Trouville.

“De Bruno me gustaría tener muchas cosas, pero su mejor virtud es la determinación que tiene para hacer lo que hace y lograr sus objetivos. De chico soñaba con ser jugador de básquetbol profesional y la verdad que me cuesta mucho ganarle”, afirma Lucas entre risas, al tiempo que los hermanos se cruzan chicanas sobre enfrentamientos en el hogar familiar.

Es que su infancia tuvo una particularidad que marcaría su futuro: “Los Primos Malos Arena”. ¿A qué se refiere? “Es un recuerdo que tengo con mi primo (Lucas Vassallucci, jugador de Aguada). En una calle vivíamos nosotros y en la calle de atrás llegó a alquilar mi tío. Teníamos los fondos en común y los unimos. Ellos nos dijeron que iban a construir un galpón para guardar cosas, pero un domingo del día del niño, cuando nos despertamos, teníamos toda la cancha instalada. Fue increíble. Jugábamos con amigos hasta que no se veía nada y ahí tengo las mismas horas que en los demás gimnasios”.

Pero no todo fue diversión. Llegar a ser un jugador de élite requiere su dedicación y, de ese concepto, Fitipaldo conoce mucho. A sus condiciones naturales le sumó un trabajo físico que lo llevó al interior del país y una dieta rigurosa.

El campeón lo explicó así: “El deporte es más físico que técnico y veía que la tendencia iba para ese lado. A través de Santiago Monterroso (exjugador de Malvín) y el preparador físico, Néstor Lucas, me hicieron el contacto para entrenar con Andrés Barrios. Yo quería trabajar la parte de velocidad. Nos encontramos en un shopping y me dijo que lo único que yo necesitaba era estar comprometido. Hice mucho ejercicios con Déborah (Rodríguez) y hasta hoy sigo. El aporte de Andrés fue clave para que yo llegara a Primera División”.

Sus actitudes dentro del rectángulo no condicen, ni por asomo, con la edad que marca su cédula. El organizador del juego playero, fiel al puesto que ocupa dentro del equipo, muchas veces le puso paños fríos al partidos, cuando el fragor de las finales parecía enloquecer a sus compañeros.

Observar la estampa de un veterano en Mazzarino es normal, pero en un pibe de 22 años, resulta extraño. “Mi rol en el equipo fue creciendo en los últimos años y pude ir tomando decisiones. Hubo partidos donde yo tenía que controlar la ansiedad y buscar el equilibrio”, explica quien no tomó como una revancha la final perdida ante Defensor en 2009-2010.

Cuando no se logran los resultados, el principal sostén anímico es su familia, aunque Juan Andrés, su hermano mayor, es su principal hincha. Él tiene síndrome de Down, pero eso no le impide alentar a su hermano bajo cualquier circunstancia, ser uno más del grupo, sentarse en el banco de suplentes y hasta darse el lujo, reservado para pocos, de compartir festejo en el ómnibus de los jugadores.

“Juan Andrés es el más mimado por el club y por mi familia. Ahora está todo bárbaro porque ganamos, pero cuando perdemos es el que más se enoja y se pone el balde”, cuenta Bruno, con la sonrisa que regala la tranquilidad del deber cumplido, con su socio de toda la vida.

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