La rompió. Fue amor y señor de la mitad de la cancha. Distribuyó el fútbol a su antojo, a donde quería y cómo quería. Disfrutaba de lo que estaba haciendo.
Andrés Iniesta, que fue elegido mejor jugador del partido por la FIFA, fue incontrolable para los jugadores uruguayos.
A veces le llegaba el balón y encontraba el hueco para deshacerse del marcador. Y a veces, antes de que arribara a sus pies, tenía la certeza cuál iba a ser al jugador que iba a entregársela.
Ni en el medio el Ruso Pérez y Gargano. Tampoco Maxi Pereira cuando llegaba por el sector izquierdo del ataque español. Iniesta fue incontenible.
Su promedio en la efectividad de pases también magnificó su rendimiento. En total realizó 77, de los cuales acertó el 90%. A quien más prefirió dársela fue a Jordi Alba: le entregó 24 pases y también fue de quien más recibió, 25, después de Busquets quien le entregó el balón en 26 oportunidades.
Quizás haya sido el jugador que más haya controlado la pelota durante todo el juego, en una España que desde lo psicológico ganó el partido desde el arranque.
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