En Uruguay gana el más guapo. Paga ser pillo. Sirve ir de vivo. Esas nociones se aplican desde niños, cuando se aprende que tirarse ante una supuesta falta, o tirarle tierra en los ojos al arquero, como el Pepe Sasía hizo alguna vez, es parte del folclore. No se gana sólo por ellas, claro, pero ayudan a crear la idiosincrasia del fútbol.
Por eso todo este caso chocó tanto. La mayoría de los uruguayos siente que lo de Suárez fue una picardía, una travesura, una manera de responder a una agresión previa, y por eso genera tanta rabia y teorías conspirativas.
Lejos de esta subjetividad, tres organismos diferentes consideraron que la falta fue gravísima. Se desterraron los argumentos de que los jueces eran de Islas Cook o Tonga, o que la FIFA está contra Uruguay.
Entre allá y acá hay un abismo cultural. Ese abismo que muchas veces provoca burla o desprecio, porque se entiende que aquellos ven el fútbol como un juego de señoritas. Por eso el fin del caso Suárez me dejó pensando: ¿No habrá que empezar a pensar un poco como ellos?
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