Fútbol > EL TAPADO DE LA FECHA

El 9 que lee libros de autoayuda

Maximiliano Sigales aprovecha su tiempo libre y dice que el psicólogo tendría que ser obligatorio para los futbolistas
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07 de noviembre de 2017 a las 05:00

"No soy de San Carlos, soy de Maldonado", se apresura a decir Maximiliano Sigales. Es que muchos se confunden porque comenzó su carrera en Atenas. Pero le gusta diferenciar ese tema.

Lejos del PlayStation, más cerca de los libros y de momentos para salir a pensar cuando camina por la rambla de Montevideo, el delantero de Boston River demuestra su madurez con solo 24 años.

Lejos también quedaron aquellos tiempos en los que dejó el baby en el club Barrio Rivera de Maldonado y, como allí no había profesionalismo en ese momento, tuvo que ir con 12 años a San Carlos para jugar en Atenas.

Cuando Wilmar Cabrera lo ascendió al plantel principal –con 17 años–, algún compañero lo llevaba en auto, aunque a veces, aunque el club lo prohibía, "me la jugué en ir en moto", explicó Sigales a Referí. Y recuerda: "El año pasado, cuando firmé contrato con Godoy Cruz de Mendoza, había una cláusula en la que justamente prohibían que anduviera en moto. Está perfecto. Nos tenemos que cuidar".

En Atenas, debutó un día después de su cumpleaños en el Goyenola y ante Tacuarembó. "Ellos recién habían descendido y el estadio estaba repleto. Fue un partido bravísimo y empatamos 1-1. No quería debutar perdiendo", reconoce.

Con Edgardo Arias, lograron ascender, pero también descendieron. "Fue increíble porque en el Apertura estábamos en zona de copas, pero en el Clausura perdimos demasiado y volvimos a Segunda", dice.

Pero de todo se aprende: "Fue un golpe duro, pero me sirvió para crecer. Tuvimos varios técnicos y llegó el Turco (Alejandro) Apud. Con él me sentí cómodo y anoté 12 goles en 10 partidos. Eso me catapultó al fútbol argentino".

Antes de irse a Mendoza, terminó la secundaria en el liceo nocturno de Maldonado. Entrenaba de mañana en San Carlos y de noche estudiaba en la capital fernandina. Hacía sexto de Medicina porque tenía la idea de seguir el ISEF para realizar el profesorado de educación física. La materia que lo desvelaba y no le gustaba nada era filosofía, pero era bueno en los números. "Era una meta y lo hice. Me puse las pilas", recuerda.

Tiene claro que si va a estudiar algo en el futuro, será algo relacionado al deporte. No se ve como técnico, pero le interesa la preparación física o "ayudar psicológicamente a los chicos". Pero hoy está enfocado en el fútbol.

Su familia fue y es laburadora como tantas. Pero él tiene devoción y orgullo por su padre Gabriel, su madre Teresa y su abuela Austemia. El papá es albañil, pero trabaja hace años de encargado de mantenimiento en un complejo habitacional. Su mamá es empleada en una farmacia y su abuela es la que le da los gustos cuando él la visita. "Ella me mima y me hace alguna tarta para que tomemos mate juntos", añade.

Una de sus mayores alegrías es que sus padres –luego de muchos años de alquilar– están en una cooperativa de vivienda y se hicieron su propia casa. Él la construyó con ellos.

"Íbamos con mi hermano de 18 años y hacíamos lo que hubiera que hacer: limpiar, ordenar, llevar los materiales de un lado para otro. Ahora tienen su casa y estoy orgulloso", explica.

Cuando en Atenas se atrasaban con los pagos tres o cuatro meses, hacía alguna changa con su viejo.

"Un día fuimos a la casa de un fotógrafo que tenía una imprenta y tuve que lijar todas las ventanas. ¡No sabés cómo me quedaron las manos! (Se ríe)", comentó. Pero también ayudó a hacer la mezcla, cargar bolsas de arena "y llevar ladrillos. Eran como mil, no terminaba más".

En Mendoza se adaptó rápido. El club era muy estricto con las comidas y la nutricionista le fijó una dieta. Vivía solo y se cocinaba "comida sana", como pasta, arroz o ensalada. "Nos pesaban una vez por semana y no podíamos pasarnos", dice.

Deportivamente tuvo buenos momentos, como el del debut ante Huracán en el que ganaron 1-0 con gol suyo. Pero también complicados, como cuando estuvo dos meses con pubalgia. "Me respaldaba en mis compañeros. El Morro (García) fue un crack conmigo, me ayudó mucho. Pero también con mis viejos que a la distancia, me daban mucha fuerza. Tenía un sueño que era jugar la Libertadores en la que nos fue bien, clasificamos, pero nos dejó por el camino Gremio, que ahora va a jugar la final".

En su tiempo libre, le gusta leer libros de autoayuda y relacionados con temas de la vida. "Hoy estoy leyendo El lado profundo de la vida de Walter Dresel. Te despeja la cabeza. Cuando las cosas no me salen, recurro a la lectura o voy al psicólogo. Surgió de mí la idea. Cuando me separé de una pareja que tuve durante seis años, me costó un poco y sabía que tenía que estar enfocado en el fútbol. Cuando estaba lesionado en Argentina, también recurrí al profesional. El psicólogo tendría que ser obligatorio para los futbolistas porque vivimos envueltos en estrés. Aunque el mejor psicólogo es la familia".

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