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Dios es celeste: así se vivió en el Arena de San Pablo

La hinchada uruguaya vivió el triunfo uruguayo con una alegría indescriptible
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19 de junio de 2014 a las 21:12

Miro a la izquierda, al enorme reloj del estadio del Arena de Sao Paulo: 83’57”. Pienso: “estamos afuera”. Porque el gol no se ve por ningún lado. El equipó está partido. Suárez está solo allá arriba, y el equipo, después de darlo todo, está agotado. Al igual que la hinchada, siempre un poco más callada que los rimbombantes brasileños, y que los ingleses que en este momento volvieron en sí mismos y vuelven a ilusionarse con la clasificación.

Pero allá corre Suárez. Desde la tribuna los detalles se pierden: más que un cabezazo fallido de Gerrard parece que la pelota viene como un regalo desde el cielo. De pronto, sin previo aviso, Suárez está frente a la pelota, con el arquero Hart desesperado de tener al pistolero enfrente. La derecha se llena de gol y la red, al inflarse, da el inequívoco signo de que entró y se larga el estallido. Gritan uruguayos desconocidos, que se abrazan y lloran. Algún brasileño, holandés o estadounidense –el estadio parece la ONU- se abrazan y gritan por Suárez, el héroe que se redimió. Y unió siente que vive uno de los momentos más lindos que se puedan experimentar en una cancha de fútbol.

Pocas veces a un periodista le toca ver el partido en el medio de la hinchada, desapegado del esfuerzo por mantener la objetividad. Allí, en el medio de los fanáticos que recorrieron miles de kilómetros y gastaron sus buenos dólares, las sensaciones empiezan a correr. Allí gana la emoción del primer gol y el notable fútbol del primer tiempo. También el miedo y la zozobra por los errores de Muslera en el primer tiempo, que dejaron a Inglaterra cerca del empate. Los nervios del segundo tiempo, esa sensación de derrota del gol de Rooney y el gigantesco desahogo final.

Y al irse, la sensación de que, después de todo, solo se trata de un partido de fútbol. Es difícil imaginarse un clásico del fútbol uruguayo, definido en la hora, en que se pueda ver a hinchas rivales yéndose juntos, aunque sean los más civilizados. Acá veo a lo lejos un inglés, con unas cuantas cervezas encima, cruzarse con uruguayo enfervorizado. Tiene todos los elementos para terminar en un mal momento, pero de pronto ambos se abrazan y terminan intercambiando camisetas, como si fueran jugadores en la cancha.

Parece un milagro, pero no lo es. En el medio de esta sensación de gran show que el Mundial, todo es buena onda. Desde que llegamos en tren desde Río de Janeiro, y nos cruzamos con los primeros hinchas de Inglaterra. Los voluntarios organizan todo con buena onda, y ni siquiera la favela de Itaquera, uno de los barrios más pobres de San Pablo y que rodea el estadio, le saca el aspecto de lujo total al estadio recién terminado.- Losa uruguayos e ingleses se sacan fotos, y comparten la cerveza.

Ya en el estadio, todo es nuevo y brillante. Lo único malo es el wifi, que directamente no existe: “se terminó a las apuradas”, explica un resignado voluntario.

Y desde que entra a la cancha a calentar, Suárez se transforma en el protagonista. Los ingleses lo silban, y los uruguayos reaccionan ovacionándolo. Lo mismo se repetirá los 90 minutos. Y por supuesto, al final, cuando Suárez se transformó en el Dios celeste.

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