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Diego Godín: el caudillo goleador

El capitán fue clave para su equipo, volvió a pesar en las dos áreas y sostuvo el vendaval cuando a Uruguay no le salían las cosas; hay líder para rato
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17 de noviembre de 2015 a las 23:45
Fue la personificación perfecta de la afonía, porque el partido terminó y mientras las luces del Estadio Centenario esperaban por otra función y los vendedores contaban las últimas monedas, Diego Godín seguía con el ritual del líder.

Tiene la camiseta empapada pero no importa, jamás se lleva las manos a las rodillas porque es el capitán y la cinta de Uruguay es una hermosa responsabilidad. En una noche donde la carga simbólica es tan grande y la presión se vuelve insoportable, los gestos les ganan la pulseada a las palabras y Godín tiene que dar el ejemplo.

El zaguero rosarino fue la gran figura de Uruguay en la victoria ante Chile en un partido que se jugó al máximo de las pulsaciones posibles y donde volvió a quedar en claro la propuesta de cada uno.
Por más que usar esa palabra queda feo en el bello mundo de la pelota, los jugadores de Uruguay encararon el partido como una venganza de lo ocurrido en la Copa América. Y se notó.

El equipo de Óscar Tabárez, siempre aplicado a los criterios del Fair Play, hizo un culto de la lucha, y mientras Chile llegó al Centenario para jugar con la pelota, los celestes salieron a dividirla conscientes de que la pelota quema pero aferrados a las convicciones del Maestro.
Y fue la noche del plan perfecto, porque todo salió según lo planificado. El manejo del triángulo ofensivo de Chile compuesto por Jorge Valdivia, Arturo Vidal y Alexis Sánchez generó algún problema a los laterales que fue subsanado siempre a tiempo por Sebastián Coates y el propio Godín.

Y fue ahí, cuando Chile dominaba en los primeros minutos, que el zaguero de Atlético de Madrid se puso el equipo al hombro. Porque los capitanes tienen ese fuego sagrado y es muy fácil aparecer en la foto cuando el equipo gana.

Cortó una pelota en velocidad y en inferioridad numérica y Uruguay creció anímicamente a influjo del líder de la manada.

Silencioso, sin la violencia de Paolo Montero o la cara intimidante de Diego Lugano, Godín endureció su epidermis en Madrid, donde es el estandarte del guerrillero Atlético de Madrid de Diego Simeone.

Calentura y gol
Y le saltó la térmica. Porque el partido lo llevó a eso, porque cada pelota era una lucha aparte y, en el arte de levantar la temperatura, encontró en Gary Medel un partenaire de lujo.

Tras una patada de Gonzalo Jara a Edinson Cavani el estadio estalló en un grito. Empujones, dichos, insultos y un termómetro que subía el mercurio de una noche que prometía ser larga. Pero no perdió el norte, pese a todas las provocaciones y denuncias que llegaron desde el banco rival.

Sabía que como capitán del barco no podía cometer la infantilidad de regalarse y dejar a su equipo con uno menos. Se volvió a alinear, llevó tranquilidad a sus compañeros y caminó hasta el área de Claudio Bravo con la tranquilidad y el temple de saberse un hombre peligroso.

Uruguay cobró la falta y tras un pase de Coates puso el 1-0 para el delirio celeste. Corrió a abrazarse con todos sus compañeros y la capacidad de aplomo le dio tiempo para, en medio de la euforia, acordarse de Ema, la hija de su amigo Rafael Cotelo que atraviesa una delicada situación de salud.

Antes del final del primer tiempo la temperatura volvió a subir. Chile, el equipo campeón de América y con mejor nivel de juego del continente, no se bancó ir perdiendo.

Lo dijo Arturo Vidal una vez que la goleada se había consumado: "Da bronca perder ante un equipo inferior". Esa soberbia se pagó cara y Chile quiso sacar patente de guapo en el lugar equivocado. Otra vez los insultos y las provocaciones ante un capitán que no aguantó más. "Te espero afuera", se llegó a leer en sus labios harto de las amenazas en vano. El complemento lo encontró con la cabeza aun más fría y el corazón más caliente.

Aplicó todos los relevos, se devoró a Sánchez y forzó el cambio de un Eduardo Vargas cuyo recuerdo en el Centenario se volvió una pesadilla. Junto a Coates, elaboró un tándem impasable que llevó seguridad constante a Muslera y marginó las opciones ofensivas de Chile.

Con los goles de Álvaro Pereira y Martín Cáceres se limitó a fundirse en un abrazo. El corazón quería seguir corriendo, pero las piernas no le daban para el festejo.

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