Opinión > EDITORIAL

Delirio bélico norcoreano

El papel moderador que puede y debe desempeñar China en la crisis de Lejano Oriente será decisivo en desactivar la delirante amenaza de Corea del Norte de lanzar bombas nucleares contra blancos de Corea del Sur y de Estados Unidos
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01 de abril de 2013 a las 15:24

El papel moderador que puede y debe desempeñar China en la crisis de Lejano Oriente será decisivo en desactivar la delirante amenaza de Corea del Norte de lanzar bombas nucleares contra blancos de Corea del Sur y de Estados Unidos en Hawái y la isla de Guam. Sería riesgoso tomarse a la ligera la arrogancia de la poderosa dictadura militar de Pyongyang. Hay factores, sin embargo, que relativizan el peligro. Aunque nunca con tanta virulencia como ahora, Corea del Norte ha recurrido en años recientes a advertencias belicosas para obtener ayuda económica de las potencias occidentales a cambio de calma y en protesta por las sanciones que le ha impuesto la ONU y por la presencia militar de Estados Unidos en Corea del Sur.

Pero si llegara a cumplir ahora sus amenazas, las consecuencias serían terribles. Las seguras represalias de Washington y sus aliados terminarían con el régimen norcoreano, aun al costo de devastar su territorio. Por otra parte, existen dudas de que Corea del Norte realmente disponga de los misiles intercontinentales armados con ojivas nucleares que necesitaría para cumplir sus amenazas. Y es irrelevante el anuncio de Pyongyang de que entró en “un estado de guerra” contra Corea del Sur. El “estado de guerra” existe técnicamente desde el armisticio de 1953, que jamás fue seguido por un tratado de paz. Pero el elemento de mayor peso en el actual conflicto es China.

Las zonas de influencia de la Unión Soviética y Estados Unidos luego de la derrota de Japón, que ocupaba la península, se convirtieron en dos países al fracasar los intentos unificadores de la ONU en 1947. Los soviéticos instalaron como dictador a Kim Il-sung, entrenado en Moscú y fundador de una dinastía familiar representada hoy por su nieto, el presidente vitalicio Kim Jong-un. Pero la China de Mao reemplazó en forma creciente a los rusos como respaldo a Corea del Norte. Tropas y pertrechos chinos apoyaron a los norcoreanos cuando invadieron Corea del Sur en 1950, iniciando tres años de una cruenta guerra indecisa. La modernizada China actual es muy diferente a la de Mao. Igualmente siguió siendo el principal apoyo político y económico a un país empobrecido, que ha volcado sus recursos en la estructura militar al costo de hambrunas que costaron la vida a millones de norcoreanos.

La influencia china, y en grado menor la de la Rusia postsoviética, es esencial para contener los arrestos belicosos del régimen militar de Kim Jong-un. Es una responsabilidad que Pekín presumiblemente cumplirá, en aras de evitar una conflagración catastrófica. Desde el armisticio de Panmunjon, las dos Coreas, aunque con estallidos ocasionales de animosidad, fueron armando gradualmente algunas formas de cooperación comercial e intercambio de viajeros. En esas áreas hay ahora un retroceso total. Pero lo primordial es mantener bajo control los desplantes de Pyongyang, un anacronismo dictatorial que no tiene cabida en el mundo actual y que es necesario aislar dentro de los límites del territorio norcoreano, aun al costo del sufrimiento de la mayoría de las decenas de millones de personas que lo habitan.

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