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De George Harrison y Cat Stevens al fanatismo deportivo local

El escritor uruguayo Luis Fernando Iglesias vuelve a las librerías con Todas las cosas deben suceder, un libro de relatos que va de la música al fútbol sin despeinarse
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21 de diciembre de 2012 a las 21:12

Hay libros que seducen desde las primeras páginas, y hay otros, como este Todas las cosas deben suceder, que por acumulación van sacándole una sonrisa al lector. El fútbol y la música, las dos grandes pasiones de Iglesias, acaparan la mayoría de los doce cuentos que presenta el volumen, aunque también hay espacio para un par de historias de amor con sabor amargo.

El primer relato, que da nombre al libro, es un homenaje al desaparecido guitarrista de los Beatles, George Harrison. Luis Fernando Iglesias ha expresado que lo escribió al sentir la angustia de que, poco a poco, los ídolos de toda una generación se iban muriendo.

Esa desolación personal del autor se traslada a los personajes y al tono general del cuento.

Hay un vacío que se presiente, que se observa en el mirar hacia adentro de los personajes, y en las escuetas y resignadas palabras de Harrison. La huella de Julio Cortázar se hace visible en varios pasajes del cuento, y es imposible al leer no recordar esa joya del argentino que es El perseguidor.

Todas las cosas deben suceder es un cuento complejo. Iglesias recorre el arriesgado camino de transformar a Harrison en un personaje que habla y convive con el narrador, pero sale airoso gracias a la mesura de los diálogos que propone.

Hay que señalar también que la estructura de personaje convaleciente de una operación por un lado, y el músico por el otro, en definitiva dos planos ficticios que finalmente se unen para conformar una realidad literaria, no es novedoso, pero funciona perfectamente.

La música está presente en todo el libro. Nothing but the blues o Majikat son dos ejemplos más de la obsesión de Iglesias.

El primero es una fantasía sobre un aprendiz de músico, que plantea la cuestión de que hacer con una pasión cuando no se tiene talento para concretarla.

El segundo, es otro tributo, esta vez para Cat Stevens. Pero el cuento es más que eso, y revela la capacidad de Iglesias para meter historias dentro de historias, a la manera de una interminable muñeca rusa. Porque además de la música hay un amor perdido, un relámpago de juventud que brilla por un instante bajo el influjo de las canciones, y la inmortalidad de todas las cosas vividas gracias a esa maravilla que es la memoria musical.

Con temática futbolera
Ruido de Tapones, Jasito, y El hincha por la ventana, son tres cuentos que giran en torno al tema del fútbol. Es curioso como Iglesias cambia las palabras para acercarse al lector desde un tono más coloquial, pero no exento de profundidad. Y sorprende aún más como esa metamorfosis del lenguaje no altera la sensación de que se está ante un escritor serio.

Los dos primeros son dos relatos emotivos, pero anecdóticos. Jasito es divertido porque recuerda casi a Don Verídico, en aquel memorable encuentro de fútbol titulado Terronazo versus Aperiá, con el Pardo Santiago como artillero letal y despiadado, emulado, acaso sin querer, por el aguerrido Mono Garmendia que propone Iglesias en su cuento.

El hincha por la ventana es otra cosa: es un extraordinario relato, que se reedita para la ocasión. La historia del Pardo Atilio Bibiano Guzmán (esta vez un pardo real y no de Juceca) es apasionante y está contada con mano maestra. Las vicisitudes existenciales del personaje superan al mero juego deportivo, para rozar terrenos más profundos como el destino o la redención del ser humano.

Pero es también un fresco sobre la identidad nacional del Uruguay, de ese país dividido en dos mitades en tantas cosas, incluido el fútbol, y la histórica rivalidad entre Nacional y Peñarol (¡en orden alfabético!).

El relato es además un ejemplo de tiempos mejores, donde una muerte en un partido era imposible.

Un recuerdo emotivo de cuando las broncas se arreglaban con una copa en el boliche, o un picado entre hinchas, y las burlas del rival en la tribuna no pasaban de la fina ironía, cosa que hoy parece una utopía.

Hay que destacar dos cuentos más que redondean este sólido libro: Hotel Cervantes, que según ha dicho el autor es una crítica a los talleres literarios.

Y Trenes, un alucinante viaje al balneario La Paloma fuera de temporada. Los dos relatos son más de lo que supone o dice su autor, fruto de esa magia que hace de la obra de arte algo independiente, libre de la voluntad o intención del creador, una vez que llega al lector.

Trenes, sobre todo, tiene ese encanto de la escritura que supera a la trama, que atrae simplemente por la sucesión y elección de las palabras más allá de lo que se está contando. Irreal por momentos, las atmósferas y los planos temporales que se entremezclan sin problemas, son un ejemplo de buena literatura.

Al cerrar el libro se tiene la sensación de que se está ante un escritor completo, que sabe manejar la arcilla literaria para dar forma a los más diversos objetos.

Y queda la certeza de que Luis Fernando Iglesias está llegando a ese lugar tan ansiado por todos los escritores: crear un estilo, una personal manera de contar historias.

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