Polideportivo > ANÁLISIS

De galera y Gastón

Uruguay mutó en su concepción de juego desde el debut con Colombia hasta la victoria ante Perú; radiografía de un equipo sacrificado con toque europeo
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30 de enero de 2015 a las 18:42

La ansiedad de Uruguay por albergar un Sudamericano sub 20 era grande. Y la necesidad patológica de únicamente conformarse con dar la vuelta olímpica también.

En definitiva, la presión fue una mochila que, salvó los primeros minutos en el debut, no pesó tanto como se esperaba.

El equipo de Fabián Coito, artesano de una generación de pibes que ya supieron lo que es jugar una final del mundo en sub 17, salvó el debut de forma agónica, con un gol en la hora de Mauro Arambarri.

El triunfo de esa forma no hizo más que remarcar la histórica grifa celeste y todos los uruguayos creyeron que se vería a un equipo con las características típicas, donde el sacrificio, la garra y la identidad no se negocian.

¿Y si además de todo eso, se juega bien?

La pregunta pareció utópica y más si en la segunda fecha llegaba Brasil con su aura de toque atildado y pizarra lista a la orden del día.

Fue ese partido el quiebre para el grupo celeste. Coito plantó bandera con la consigna clara de no desordenarse desde la táctica y con la obligación de tratar la pelota como se merece.

Nada de ganar “con la nuestra”, infalible receta de boliche que consiste en pegarle de punta y para arriba.

Gastón Guruceaga se puso los guantes de acero, el fondo fue impenetrable, Nahitan Nandez revalidó sus credenciales de caudillo juvenil acompañado por Arambarri, para liberarle el terreno a los cuatro hombres de ofensiva.

Coito rotó la ofensiva y se dio el gusto que impone la dosificación para poner a Ramiro Guerra, Diego Fagúndez, Facundo Castro, Jaime Báez, Franco Acosta, Gastón Pereiro y Rodrigo Amaral en un lugar donde juegan cuatro.

Al fin y al cabo son humanos, y aunque la cédula marca que tienen menos de 20 años, la cabeza y las piernas merecen descanso.

La rotación y el conocimiento del grupo con el correr de los días tuvo una consecuencia positiva.

Lejos de ser repetitivo, Uruguay se volvió un equipo confiable sobre el campo, consciente de que su receta da resultado y convencido del método.

Ahí está la principal victoria de Coito, al margen de como termine el torneo. La radiografía de los primeros partidos mostraba a un Uruguay combativo, sin distancia entre sus líneas y cumpliendo a la perfección el manual del equipo compacto.

Modificar la táctica durante un partido siempre obliga a los jugadores a estar concentrados para no recibir sorpresas.

Uruguay pasó del 4-4-2, al 4-2-3-1 con naturalidad e incluso arriesgó cuando Mathías Suárez se sumó al ataque y Guillermo Cotugno se quedó para formar la línea de tres final, como por ejemplo contra Colombia.

Sin embargo, la matriz de este equipo en la fase de grupos estuvo en la medular, signada por los altísimos rendimientos del tándem Nández-Arambarri.

El primero, dueño de una personalidad increíble, reúne a todos sus compañeros en la mitad de la cancha que lo escuchan como a un abuelo. Ocupa los espacios, presiona y juega.

Tener a un volante creativo -Nández lo era hasta que llegó a Peñarol- cortando juego como volante central, hacen que el equipo tenga otra calidad desde la generación de circuitos.

Uruguay hace del pressing un culto y Nández da cátedra. Arambarri fue un partenaire de lujo, devenido en goleador.

La fase de grupos estuvo marcada por ese dúo, que le imprimió salida limpia a un equipo que imponía el vértigo como propuesta.

Sin embargo había un jugador varios escalones debajo del resto: Pereiro. Impreciso, nervioso y con un episodio de agresión en Maldonado, el crack de Nacional estaba desconcentrado.
Nadie le pedía a Pereiro que sea el salvador de este equipo, sino que, simplemente, estuviera a la altura de sus compañeros.

Y Pereiro respondió en el patio de su casa. El volante, que venía repuntando, dio su mejor versión en el Parque Central ante Perú y confirmó que toda su clase está al servicio del equipo.

Se adueñó de la pelota. Jugó e hizo jugar a sus compañeros para que Uruguay desplegara una de sus mejores versiones.

El 10 le hizo honor al número y fue una pesadilla. No le dio vergüenza tener que hundirse entre los volantes para recibir la pelota con mayor amplitud de visión y logró llegar al arco rival con el oxígeno que pide la cabeza para resolver bien.

Hizo un golazo, sirvió otro y fue sustituido bajo una lluvia de aplausos. Fue local y se notó. Se sintió cómodo.

Sus compañeros bajan dos cambios cuando Pereiro tiene la pelota y se dan el lujo de descansar con la posesión del balón.

No es casualidad que Uruguay solo tenga tres goles en contra, en un torneo donde predominan las goleadas. El equipo de Coito se defiende con la pelota y ahí Pereiro es clave.

Cuando los jugadores comienzan a sentir el cansancio que impone la exigencia de jugar cada tres días, Pereiro recién se despertó de cara a la recta final.

Pedirle regularidad a un chico de 19 años es casi utópico, pero estos pibes juegan como adultos y rompen todos los paradigmas.

El resultado del hexagonal es una incógnita. La pelota puede entrar o salir. Lo importante es que no se marque sentencia.

Uruguay tiene un equipo que juega un fútbol total después de muchos años y alterna el overol del obrero y los trajes importados del exquisito. Pensando en el objetivo principal que es la selección mayor, donde el recambio está asegurado, Tabárez tiene razón.

El camino es la recompensa.

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