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Corazón, boxeo y tinieblas

Pasaron cuatro décadas de la famosa pelea entre Muhammad Alí y George Foreman en Zaire (hoy Congo), pero la vigencia del mito se mantiene intacta en quienes la vieron y la reconstruyeron
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31 de octubre de 2014 a las 17:20

Kinshasa. Ya el nombre dice algo sobre esa ciudad gigantesca construida al costado de un caudaloso río que penetra en las inmensidades del África. Kinshasa: tiene algo filoso, algo secreto que vibra en su interior. Al igual que Zaire, el nombre que tenía el Congo en 1974.

De sus experiencias en ese país, Joseph Conrad había escrito El corazón de las tinieblas, la novela en la que un hombre se embarca y remonta ese río fascinante y salvaje y se adentra en un territorio demencial que lamentablemente hasta hoy mantiene su locura y su atrocidad. Entre lo ficticio y lo real, en esa ciudad y en ese país hace 40 años dos hombres y un solo destino le pusieron al boxeo una de sus gemas más preciadas.

La pelea y todo el show que se armó a su alrededor tuvo a otros dos protagonistas de peso, y no precisamente boxeadores. Uno fue el productor de boxeo Don King, que ya en esa época tenía los pelos parados en su singular estilo, y según cuentan las malas lenguas, algún que otro muerto en el placard. Otro fue el presidente (y dictador absoluto) de Zaire, Mobutu Sese Seko. Entre el inversor del box y el gobernante de un país inmensamente rico en su naturaleza, aprovecharon el evento deportivo para realizar un verdadero operativo de promoción de Zaire y de África al mundo. Millones de telespectadores alrededor del planeta verían la pelea transmitida desde el estadio 20 de Mayo de Kinshasa, además de un festival de música negra, una especie de Woodstock africano con BB King, James Brown y Miriam Makeba, entre muchos otros, que se realizó unos días antes de la pelea.

Pero este era el contexto, aderezado con cientos de periodistas y escritores que viajaron especialmente a Zaire para cubrir todo el asunto. Entre ellos hay que destacar a Norman Mailer, amigo tanto de Alí como de Foreman, que escribió luego un reportaje en forma de libro que se publicó con el nombre de The fight. Allí se cuenta, por ejemplo, que Alí había llegado a Zaire varias semanas antes de la pelea y entrenó corriendo por las calles de la ciudad, donde escuchó el grito de miles de personas en un dialecto del idioma bantú: “¡Alí, bouma ye!” (“Alí, mátalo”).

En la pelea, Alí, el genio de la táctica, decide no salir a bailotear, fiel a su estilo anterior, porque enfrente tiene una mole musculosa mucho más joven (Foreman tenía 25; Alí, 32) y con golpes más potentes. Entonces basa su estrategia en mantenerse contra las cuerdas y recibir uno de los peores castigos de la historia del boxeo. Con una defensa frontal y de cabeza cerrada, Foreman arrasó con sus golpes la zona de los riñones y el hígado, y también fue capaz de conectar golpes poderosos a la mandíbula de su rival, pero casi sin conmoverlo.

Mailer recuerda y escribe que la noche africana era intensa, cargada de calor, humedad y sudor. Eran las 4 de la mañana en Zaire al momento del combate, así se podía transmitir a una hora razonable para las audiencias de Occidente. El público gritaba como en un partido de fútbol y la tensión y la emoción crecía al ver lo que ocurría sobre el ring, donde dos hombres se castigaban a morir. En el quinto round una rápida combinación de Alí casi termina con el enorme árbol de Foreman en el piso. Pero el campeón seguía fuerte y machacaba al retador hasta el extremo. A cada golpe un rugido del público, a cada round, más cargado el ambiente. ¡A Conrad le hubiese encantado verlo!

En medio de esa forma de locura controlada dentro del cuadrilátero que es el boxeo, en determinado segundo del octavo round los boxeadores quedan cruzados contra una esquina y Alí descarga un remolino de guantes sobre la cara de Foreman, y estos conmueven tanto al campeón que dejan su cabeza hecha una pera de box que cae en un raro movimiento de derrumbe. Alí lo deja caer como un torero que sabe que no debe moverse más porque la faena está concluida. Más corazón que odio. Kinshasa, hace solo 40 años.

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