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Con el oro celeste marcado a fuego

Desde los primeros equipos de estudiantes a las súper estrellas de la actualidad pasaron 104 años de fútbol en los Juegos Olímpicos, período en el que el deporte alternó con guerras, discusiones y dos medallas doradas que marcaron la historia de Uruguay
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15 de julio de 2012 a las 20:45

El fútbol figuraba en 1894 entre las disciplinas de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna que se desarrollarían en Atenas 1896; sin embargo, el intento por incluirlo falló. En París 1900, pese a que el propio Pierre de Coubertin insistió en la participación de varios equipos nacionales, tampoco hubo interés de los países en presentar a sus selecciones ni a sus equipos campeones. Ese año se disputó un torneo en el que participaron un equipo de estudiantes de Bélgica, otro inglés llamado Upton Park y que no pertenecía ni a la tercera categoría y el vicecampeón francés Francais de París, porque al campeón Havre Athletic no le interesó jugar. En San Luis 1904 compitieron dos equipos locales y Galt Football de Canadá. Los partidos eran de 60 minutos. En 1906, en ocasión de celebrar el décimo aniversario del renacimiento de los Juegos Olímpicos, se desarrollaron en Atenas unos juegos llamados Intermedios y de la competencia de fútbol participaron tres equipos griegos y uno de Dinamarca. El campeón fue el club danés Kobenhavn, que al cabo del primer tiempo le ganaba 9-0 a Ethnikos local, que se retiró.

Fue en Londres 1908 cuando se disputó por primera vez un torneo olímpico de fútbol y para eso resultó importante el apoyo de la Football Association (FA) y la del presidente de la FIFA, el inglés Daniel Burley. Inglaterra era considerada la cuna de este deporte. Todas las asociaciones de Europa fueron invitadas, pero respondieron solo siete: Bohemia (República Checa), Dinamarca, Francia, Hungría, Suecia y Holanda. Bohemia y Hungría fueron eliminadas por cuestiones políticas. Los británicos, ingleses en su mayoría, se quedaron con el oro después de vencer 2-0 en la final a Dinamarca.

En Estocolmo 1912 participaron 11 naciones y el torneo comenzaba a tomar color. A excepción de Francia, estaban las mejores selecciones de Europa. Vivian John Woodward, arquitecto de profesión y figura del conjunto inglés, resultó fundamental para que su selección obtuviera la segunda victoria olímpica, otra vez frente a Dinamarca que entonces poseía uno de los mejores equipos europeos.

El comienzo de la Primera Guerra Mundial dejó sin Juegos Olímpicos a Berlín en 1916 y la competencia se retomó en Amberes 1920 en medio del odio latente entre los pueblos de Europa. Varios países habían sido expulsados de la FIFA y otros desistieron de participar en solidaridad. Fueron 14 las selecciones que formaron parte del fútbol olímpico dos años después de concluida la guerra. España debutó internacionalmente ante Dinamarca, alineando al golero Ricardo Zamora, y Noruega eliminó al bicampeón olímpico Gran Bretaña. La final entre Bélgica y Checoslovaquia terminó en un escándalo. El público local culpaba a los checos de la guerra y se lo hacían sentir en el estadio. A los 30 minutos, Bélgica ganaba 2-0 y un rato después, molestos por un fallo arbitral, los checos se retiraron de la cancha. El equipo de Bélgica fue declarado campeón olímpico y el Comité Olimpico Internacional (COI) descalificó a Checoslovaquia, dejándola sin medalla de plata.

La FIFA determinó que el torneo de fútbol olímpico de París 1924 fuera considerado un torneo mundial y 23 naciones aceptaron intervenir. Casi todas europeas, con excepción de Egipto, Uruguay, Estados Unidos y Turquía, que entonces ocupaba territorio europeo-asiático. Para los europeos, Hungría era el gran favorito; claro, no conocían a los futbolistas uruguayos. A medida que transcurrió el torneo, el juego exquisito de los celestes asombró al público. A la final contra Suiza asistieron 40.522 personas al Stade Olympique. Angel Romano deslumbró con la velocidad y el capitán José Nasazzi con su personalidad, pero el mejor de todos fue José Leandro Andrade; París terminó adorando a la Maravilla Negra. Uruguay se consagró campeón olímpico, lo que entonces significaba ser campeón mundial.

Los celestes repitieron en Ámsterdam 1928, tiempos de discusiones entre la FIFA y el COI por el carácter amateur o profesional de los jugadores. La final fue un suceso espectacular porque por primera vez se enfrentaron en Europa Uruguay y Argentina, considerados los mejores equipos del mundo. Héctor Scarone marcó el gol de la victoria 2-1 de los uruguayos que se consagraron bicampeones olímpicos. Aquella fue la última vez que una selección uruguaya de fútbol participó de los Juegos Olímpicos.

Las diferencias entre el COI y la FIFA provocaron que en Los Ángeles 1932 no hubiera fútbol. Dos años antes la FIFA había organizado una Copa del Mundo donde no discriminaba entre amateurs, profesionales o seudo profesionales. El fútbol retornó a los Juegos en Berlín 1936, pero había perdido calidad.

Las diferencias entre el profesionalismo y el olimpismo se acrecentaron durante los años siguientes, hasta que en Los Ángeles 1984 el COI sintió la necesidad de un cambio y así, países poco desarrollados futbolísticamente pudieron presentarse con jugadores profesionales, mientras que de Europa y Sudamérica solo lo podían hacer con juveniles. La FIFA se entusiasmó tanto con la idea que en Barcelona 1992 se permitieron planteles sub 23 y en Atlanta 1996 se agregó el refuerzo de tres jugadores mayores. Los africanos fueron los primeros favorecidos con estos cambios y así, Nigeria y Camerún ganaron las medallas de oro en Atlanta 1996 y en Sídney 2000.

Argentina se sacó las ganas del oro olímpico en 2004, cuando presentó jugadores de primer nivel como Roberto Ayala, Heinze y Kily González, y en 2008, con futbolistas de la talla de Di María, Riquelme, Messi y Agüero. Sin embargo, no se clasificó para Londres 2012, donde sí estará Uruguay. Después de 84 años de ausencia los celestes dirigidos por Óscar Washington Tabaréz tienen entre sus filas a dos de los mejores delanteros del mundo: Luis Suárez y Edinson Cavani. El poderío económico le ganó definitivamente al espíritu olímpico.

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