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Cebolla, la vuelta de un campeón

El Cebolla abrió las puertas de su casa en Juan Lacaze para hablar de todo; la pesadilla de las lesiones, la felicidad del título, los miedos, las deudas y los amigos
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21 de diciembre de 2017 a las 05:00
Año 1997, Peñarol lucha contra el tiempo, los rivales y la matemática en busca del segundo Quinquenio con Gregorio Pérez. En Juan Lacaze, un niño de 12 años recibe una invitación para un torneo en Montevideo pero con una mala noticia. Debe jugar de zaguero porque es el puesto que queda vacante.

Desconsolado, recibe el aliento de su madre que le dice sin mayores recetas: "Cuando agarres la pelota, pasa al ataque y hacé lo tuyo". Tras el torneo unos canadienses muy bien vestidos y con varios idiomas en su repertorio le ofrecen una beca para llevarlo a Francia. Marsella el destino y el desafío del desarraigo temprano. La madre se opone a dejar ir al niño a un continente desconocido con personas que nunca había visto y los canadienses bajan un martillo como sentencia: "Señora, usted le está cortando las piernas a su hijo".

Año 2017, las puertas del establecimiento "El Chichongo" de Juan Lacaze se abren de par en par para el equipo de Referí. El dueño de casa canta canciones junto a un amigo que se luce en la guitarra mientras la familia, los perros y una parrilla con brasas a medio apagar son testigos del tiempo compartido.

Está feliz, se le nota en la mirada y en el abrazo de saludo. No le importa que el equipo periodístico haya llegado antes del tiempo pactado. Acaba de ganar un título con el club de sus amores tras una remontada impresionante y fue elegido como mejor jugador del Campeonato Uruguayo en la encuesta de Fútbolx100 de El Observador.

El protagonista de esta historia es Cristian Gabriel Rodríguez Barotti, según indica su cédula de identidad. El Cebolla para los seguidores del fútbol y la selección. En esos 20 años pasó de todo. Debutó con el propio Gregorio Pérez en la primera división de Peñarol, fue Campeón Uruguayo y tuvo una polémica salida hacia PSG de Francia mientras daba sus primeros pasos en las selecciones juveniles. Luego pasó por Benfica, Porto, Atlético de Madrid, Parma, Gremio e Independiente siendo un hombre fijo en la nómina de Tabárez para la mayor antes de pegar la vuelta a Peñarol para cumplir una promesa y volver a festejar un título, el decimonoveno de su carrera como profesional.


"Por suerte se concretó todo lo que planeamos, salimos campeones, ganamos el clásico y estoy muy feliz. Estoy muy contento de ser elegido el mejor jugador del fútbol uruguayo porque en Independiente la pasé muy mal. Me lesionaba continuamente y había un estrés muy grande. Cuando vine a Peñarol me puse tres metas, no lesionarme, ganar el clásico y salir campeón. Por suerte todo salió redondo", dice el Cebolla, con honestidad y sin poses.

En Independiente la pasó mal de verdad. Llegó como ídolo, le dieron la camiseta número 10 del mítico Ricardo Enrique Bochini y las lesiones fueron un martirio, tanto que hasta pensó en largar todo y retirarse: "Pensé en retirarme por las lesiones, se me venían pantallazos de no querer jugar más porque me lesionaba mucho y era insoportable. En Argentina no entendía el motivo de mis lesiones y le fallé a la gente, era el jugador grande, la estrella que venía de jugar en Europa y no les pude responder. No pude rendir y me quedé con eso, en Independiente me fue mal".

Alejado de la locura de Buenos Aires, el Cebolla encontró contención tras volver a Uruguay. Familia, amigos y afectos cerca fueron el combo fundamental para mejorar la cabeza y volver al nivel: "La cabeza es fundamental, juega mucho a la hora de lesionarse o no. Yo no entrenaba diferente en Argentina a lo que hago ahora. Por ahí en Independiente estaban siempre arriba mío porque querían que me pusiera bien y yo también me cargaba de presión por querer rendir. En Peñarol encontré más confianza, me daba una contractura y lo hablaba al toque con el profesor y los médicos. Hay una realidad, juego con el freno de mano para no lesionarme y eso me ayuda, porque acá no me lastimé. Mis nenas, la mamá de mis hijas, mi familia y los amigos que me conocen bien sabían lo que sufría con las lesiones y les agradezco por la paciencia".

Pero nadie le dijo que el retorno iba a ser fácil. Cuando rescindió su vínculo con Independiente tuvo que dejar mucho dinero y el panorama en Peñarol era desolador: "Cuando volví al club se le había perdido el respeto a Peñarol. Venía cualquier equipo y le ganaba, no sé si terminaron duodécimos en el torneo (en realidad el equipo terminó decimocuarto), se venían las elecciones y nadie quería venir a Peñarol. Mis amigos del fútbol me decían: 'No vengas a Peñarol porque está mal'. Tenía el deseo de volver, hice una promesa para volver y no me importaba la situación. Se formó un equipo para pelearla y se empezó a encontrar el Peñarol que todos respetan. La gente se empezó a entusiasmar también. Tuvimos jugadores jóvenes con experiencia y esa mezcla fue muy importante para sacar adelante partidos importantes como el clásico o los partidos mismos contra Defensor. Hoy estoy muy feliz".

En Peñarol tuvo que convencer a los hinchas que aún lo miraban de costado por su polémica salida hacia el fútbol francés, tras un conflicto entre su representante de aquel momento (Francisco Casal) y el presidente de Peñarol José Pedro Damiani: "Muchísimos hinchas me miraban raro por cómo me había ido, pero esto es por rendimiento y yo respondo en la cancha. Se que a los hinchas no les fallé y eso me deja tranquilo".

Cristian Rodríguez
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Consultado sobre que sintió al ganar un clásico tras su regreso al club, al Cebolla le sale el hincha de adentro y sabe que estar en el club es convivir con la presión de la exigencia: "Como hincha de Peñarol estuve muy feliz después del clásico, había una racha de muchos empates y poder quebrarla era muy positivo. Para el hincha de Peñarol el clásico es un campeonato aparte y ganarlo con un gol mío fue espectacular. Fijate una cosa, el Uruguayo lo ganamos hace unos días pero ya se olvidó y el hincha ya nos está reclamando la Libertadores. Es lógico porque así es Peñarol. Ganar la Copa sería lo máximo, es un sueño que tenemos todos. Ojalá se puedan quedar todos los jugadores".

Durante todo el año al plantel le tocó vivir una situación compleja con salarios impagos, reclamos varios y promesas incumplidas desde la dirigencia, que llevaron al equipo a no concentrar en la mayoría de los partidos. Rodríguez, como cabeza de grupo, tuvo que tranquilizar a varios compañeros cuando las cuentas se acumulaban: "No cobrar es una situación muy complicada, Peñarol no está en su mejor momento. Los dirigentes hicieron un esfuerzo pero no alcanzaba y en un momento los compañeros que cobraban en pesos no llegaban a pagar las cuentas. Lamentablemente es así. En todo el mundo se cobran premios y acá no podíamos. Espero que las cosas mejoren de cara al año que viene".

El amor por el campo

La charla se interrumpe cuando una persona cercana a su establecimiento aparece en escena, pide permiso y pregunta qué caballo prefiere para salir. Entonces se rompe el secreto. Cebolla prometió ir a caballo desde Juan Lacaze hasta San Cono, para cumplir la promesa tras lograr el título. El caballo elegido es Minuano, el mismo que utilizan sus dos hijas cuando salen de recorrida por El Chichongo, campo que lleva el nombre del perro de su infancia.

Cristian Rodríguez
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"El fútbol me gusta, es mi trabajo y me encanta lo que hago, pero los caballos son mi pasión. Si fuera por mí estaría todo el día acá, me encantan las tradiciones del campo, la campereada, las jineteadas, las pruebas de rienda", explica el futbolista que es orgullo de su pueblo y que tiene una imagen en el ingreso a Juan Lacaze.

De los relatos de la madre a jugar con el 10


Cuando era un niño, su madre lo sentaba en la falda y le relataba partidos de solo dos jugadores, porque la madre no conocía otros y porque en la relación madre-hijo los detalles quedaban de lado.

Los partidos imaginarios en la voz de Viviana siempre terminaban de la misma manera, Peñarol ganaba tras una pared entre Pablo Bengoechea y su hijo: "Imaginate la vergüenza cuando subí a Primera. Pablo tenía la edad de mamá y le conté esa anécdota. Ahí conocí a Pablo y también a Nicolás Rotundo (excompañero y actual representante) que luego me ayudó muchísimo. Los roles cambian, porque cuando sos niño y pasa algo malo te podés esconder entre los grandes y pasás. Ahora como referente todo cambia porque al ser capitán y con la trayectoria tengo claro que si pasa algo me van a pegar a mí. Y pongo la cara, pongo el pecho sin problemas".

Armador de grupos por excelencia, Rodríguez cumplió un rol clave en la llegada de Walter Gargano y Mathías Corujo, en la adaptación de Maximiliano Rodríguez y en la conformación de un plantel sólido, aunque una de sus principales actividades fuera de la cancha es convencer a compañeros de la selección. "Con el Mono (Maximiliano Pereira), el Mota (Walter Gargano), el Ruso (Diego Pérez), el Cacha (Egidio Arévalo Ríos), Gastón (Ramírez) y los Diego (Forlán y Lugano) siempre se habla del tema y los invito seguido a venir a Peñarol. El día que salimos campeones el Mota me abrazó y me dijo: 'Si supieran todo lo que hablamos e imaginamos esta vuelta para salir campeones'. Y eso me pone muy contento, porque Walter es mi amigo y también era el sueño de él salir campeón con esta camiseta", explica el mejor jugador del Campeonato Uruguayo de la temporada 2017 en Fútbolx100.

Tal es la relación con sus compañeros, que una charla con Maxi Rodríguez fue determinante para prolongar la carrera y estirar el retiro: "Me idea era jugar hasta los 33, hasta el año que viene. El otro día hablaba con Maximiliano Rodríguez y le pregunte la edad. Me dijo que tenía 36 y me alargó la carrera. Ahora quiero jugar hasta los 36 o hasta que me respondan las gambas".

De su recorrido internacional sin dudas se queda con su etapa en Porto, donde a los títulos coleccionados le sumó el cariño de toda la ciudad: "En Porto fue mi mejor momento. Viví cuatro años allí, es un pueblo muy chico pero un equipo muy ganador. En cuatro años ganamos 10 títulos, es un equipo muy copero y la gente acompaña mucho. Esa es mi segunda casa por más que en Atlético de Madrid también la pasé muy bien porque ganamos la Supercopa, jugamos una final de Champions y hacía años que la gente no podía festejar nada".

Tras el título del Uruguayo logrado el 10 de diciembre con Peñarol el teléfono volvió a sonar y una oferta del otro lado del océano le movió el piso. Una cifra millonaria era demasiado seductora como para decir que no, pero la palabra tiene un valor innegociable: "Me queda un año más de contrato y decidí quedarme acá por problemas personales y por una situación con mis hijas, para poder estar cerca de ellas. Hubo una llamada con un salto económico impresionante pero la palabra vale y yo me comprometí a quedarme. Eso lo voy a cumplir".

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