Tal como indica la tradición que se remonta a la Antigua Grecia, el fuego olímpico no puede apagarse. Desde que se enciende en Olimpia, hasta que pasa al pebetero en el que permanece encendido hasta que finalizan los Juegos, la llama nunca puede apagarse.
Pero en Recife, en medio de la recorrida por Brasil antes de que llegue a Río de Janeiro, donde serán los Juegos Olímpicos en el mes de agosto, la llama estuvo muy cerca de dejar de brillar.
Uno de los encargados de transportar la antorcha, el exatleta brasileño, João Reinaldo Nikita, tropezó y cayó al suelo, pero la llama olímpica se mantuvo encendida.
Rápidamente asistido por los responsables de seguridad que custodian el recorrido del fuego olímpico, el hombre se puso de pie y siguió como si nada hubiera pasado.
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