Partido de pretemporada ante Unión de Santa Fe. Empatan 1-1 y el árbitro sanciona penal para Wanderers. Los jugadores argentinos se enardecen reclamando que no existió falta. Maximiliano Rodríguez intercede. Toma la pelota y le dice al arquero que se la va a dar. Y cumple: le patea a las manos.
“Hace un año y medio que dirijo al club y nunca le había visto errar un penal”, destaca el entrenador de Wanderers, Alfredo Arias.
“Es de esos jugadores que surgen de vez en cuando, un desequilibrante de movimientos impredecibles. Y afuera de la cancha es un líder positivo, un jugador que nunca simula y que solo recla-ma por lo justo. Por eso lo designé capitán”, expresa el DT.
Además del genio creativo, de ese andar elegante para despa-rramar rivales, de ese fútbol del dribbling y el cañito, Maxi fue también un temible goleador a lo largo de la temporada.
Se fue a Gremio, club en el que aún no debutó porque el pase no le llegó, seis partidos antes del final del Clausura con 15 goles ano-tados, tres menos de los que sumó el máximo artillero, Juan Manuel Olivera, de Peñarol.
Nacido en el Paso de la Arena, Maxi hizo el baby en el club Tres de Abril. Estuvo un año en Peñarol pero, como le quedaban lejos los entrenamientos, se fue a Wanderers. En su segundo año de Cuarta lo percharon. Entonces cruzó el charco, se probó en Boca Juniors y quedó. Cuando volvió a negociar por el pase, resurgió el interés bohemio. Ese fue su trampolín a Primera. Lo hizo debutar Salvador Capitano con 18 años. Y desde entonces no paró de crecer.
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